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En Platón la teología de la belleza tiene un papel fundamental: el estupor por la belleza despierta en el hombre el recuerdo de su origen divino y gradualmente le ayuda a retomar la navegación hacia Dios. La Iglesia primitiva, proclamando la encarnación de Dios, revela que la “belleza” se ha revestido de carne mortal:

«Vino a su casa la luz verdadera...

Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» [1]

Psalm 45 is fulfilled:

«Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán,la gracia está derramada en tus labios.» [2]

La belleza ha tomado escandalosamente:

stairs«sensible forma...
y entre caducas formas prueba los afanes de funérea vida...
aquí donde son los años infaustos y breves» [3]

La encarnación de la belleza da al hombre la posibilidad de recibir una nueva naturaleza.

Ya en el Antiguo Testamento se anuncia la conexión entre conversión y restauración de la belleza originaria: la belleza de Eva es figura de la situación humana antes del pecado original. Adán encuentra un partner en la creación solamente cuando Dios crea Eva. Adán se queda estupefacto frente a su belleza:

«Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» [4]

Cuando Moisés conduce al pueblo a las faldas del monte Sinaí para que reciba la Torah, la Escritura y la Tradición rabínica presentan este encuentro como un nuevo matrimonio entre Dios y su pueblo. A través de un baño de regeneración [5] el pueblo, lleno de enfermedades, suciedades y defectos causados por el pecado y por la esclavitud, es reconstituido en la belleza originaria de Eva; los rabinos escriben que:

«Los ciegos recobraron la vista, los cojos volvieron a caminar, los leprosos fueron curados, los sordos volvieron a oír...»

Dios, viendo la belleza de su pueblo, nueva Eva, pudo exclamar como Adán:

«Esta vez sí que eres carne de mi carne.»

El mismo lenguaje de la belleza es usado en el Cantar de los Cantares para describir el amor de Dios hacia su pueblo:

«Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Tus ojos son palomas...» [6]

A Juan el Bautista, que pide un testimonio sobre él, Jesús contesta con las mismas palabras de Isaías:

«Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...» [7]

NEn la Iglesia primitiva la iconografía es el testimonio de la encarnación: el rostro de Cristo puede ser representado porque Dios se ha revestido de nuestra carne.